-Con este panorama tan desolador de la
profesión, vos ¿por qué sos actor?
-Porque no creo que esta sea la única
manera de vivir este trabajo… Y, además, porque soy bajito; si midiera diez
centímetros más, quién sabe a qué me habría dedicado.
Entrevista a
Ricardo Bartís en Cancha con Niebla
A lo largo de los años he escuchado distintas historias
sobre el por qué una persona decide dedicarse a la actuación. Algunos inician
sus relatos desde la infancia, tomando como punto de partida improvisaciones
familiares o algún taller infantil de la escuela primaria, y otros los inician
explicando la manera en la que su futuro como doctores o biólogos se vio
violentamente interrumpido por el deseo de hacer teatro. También hay quienes
responden con un silencio, una mirada, quienes en medio de risas confiesan
preguntárselo ellos mismos constantemente y quienes tienen lista una frase
ingeniosa que define su profesión y la relación que mantienen con ella.
Más allá
de la respuesta que cada actor tenga o no, alrededor de su figura siempre se
construye la duda, el por qué. En
medio de un mundo como el nuestro en el que somos bombardeados con representaciones
de la belleza ligadas a la publicidad y el mercado, todo parece invitar a
ocultarse. Escondemos el paso del tiempo (tiñendo canas, arruguas, usando ropa
actual), el exceso o falta de grasa en lugares específicos, nuestras
imperfecciones e incluso nuestros ideales y sentimientos. Todo está encausado a
crear modelo únicos para encasillar a la población. ¿Por qué alguien decidiría,
en un tiempo como éste, colcarse frente a una audiencia? El actor se expone, se coloca en la luz, busca las miradas.
Ricardo Bartís, en la cita
colocada como epígrafe al inicio de este texto, contesta a la pregunta
justificándose a través de una cualidad física: es bajito. Y lo que llama la
atención de su respuesta es que nos habla de una condición que es vista, en el
parámetro occidental de belleza, como un defecto. ¿Por qué ser bajo de estatura
llevaría a alguien a querer ser mirado por todos? Hans-Thies Lehman en “De
imágenes corporales post-dramáticas” podría contestar a la pregunta con el
siguiente extracto:
“(…) en el teatro, el cuerpo tiene
un valor intrínseco. Como tal, es capaz de adquirir una particular y marcada
presencia e intensidad y alcanzar su propio potencial de conciencia y
elocuencia.”
El escenario se convierte en el
espacio en el que el cuerpo puede re adquirir significados, recobrar su valor.
El sitio en el que “ser bajito” se interpreta más allá de la lectura del
defecto: “La actuación promueve de manera permanente una reflexión sobre el
acontecimiento artificial de la existencia.”[1]
El grupo teatral Los delincuentes
festeja sus veintisiete años con un espectáculo en el teatro La cochera. En Nuestro vademécum, Giovanni Quiroga, Galia Kohan, Bati
Diebel y Estrella Rohrstock, dirigidos por Paco Giménez, relizan un recorrido a
través de distintos momentos del proceso de creación de un espectáculo,
transitando por textos de autores de la post dictadura argentina y por momentos
de su propia historia.
Al
ser un recorrido a lo largo de veintisiete años de trayectoria es claro que la
construcción del espectáculo partió de una selección y creación colectiva. Por
la manera en la que los cuatro actores ejecutan las acciones se intuye que hay
una puesta en común en los aspectos generales de cada escena, pero que no
existe una partitura precisa que los delimite.
Si se intenta
ubicar el espectáculo en un espacio, este sería el mismo teatro La cochera como
sitio de ensayo y experimentación. Y es con esta premisa que los actores se
desenvuelven en escena. Se presentan como ellos mismos utilizando sus nombres,
y sin embargo, es posible dilucidar personajes dentro de la obra. La relación
entre Giovanni, Galia, Bati y Estrella funciona al potencializar sus
respectivas personalidades. La armonía se construye gracias a la gran cantidad
de tonos y lenguajes actorales que manejan.
No llevan su ropa de calle, si no que portan sombreros y trajes
especiales, de un alto contenido simbólico, que parecen haber salido de la
bodega de vestuario de cualquier teatro. Los objetos que portan se ven
envejecidos, no por un uso cotidiano, si no por pasar de obra en obra, de texto
en texto.
Así, los cuerpos
que vemos en escena no pertenecen al cotidiano, son cuerpos que al igual que
sus ropas y objetos han pasado mucho tiempo en escena y se ven cargados de su
historia. No buscan ocultar nada. Al contrario. Sus cuerpos se convierten en un
elemento más de la puesta que apoya el discurrir del paso del tiempo. En ese
contexto, las arrugas, el mayor o el menor peso, fortalece al resto de los
elemento del espectáulo y apoya lo dicho con la palabra. Los delincuentes se
personifican de Los delincuentes, actúan de sus propios personajes creados a lo
largo de veintisiete años de trabajo en el escenario.
Si volviéramos a
la pregunta inicial de la elección del oficio, podríamos encontrar en los momentos
de cada uno de los personajes/actores su respectiva respuesta, y la que resultaría
más cercana a la de Ricardo Bartís, en el sentido del “defecto corporal” como
dador de sentido para el actor, sería la de Estrella Rohrstock, quien hace de
la vejez y el cuerpo el tema de su discurso dentro del espectáculo.
Estrella, desde
su primera entrada, aclara que busca destacar por encima del resto de sus
compañeros de escena: un vestido blanco, el pelo recogido con elegancia,
plumas, zapatos de tacón. Su cuerpo seductor y desbordante de energía ejecuta
movimientos elegantes para acompañar sus textos.
Dentro del personaje
colectivo parece jugar un papel de ruptura constante del resto de los
acontecimientos que se van desarrollando. Es ella la que se equivoca, la que
olvida el texto, la que interrumpe, la que lleva el atuendo más llamativo, la
que opta por la exhibición, la que elige ser intempestiva en lugar de mantener
la calma. El resto de los actores,
principalmente Galia Kohan y Bati Diebel, la controlan consantemente e incluso
la miran y tratan mostrando cansancio y desdén. Estrella es “la niña” del
personaje colectivo, la que parece no querer soltar lo que alguna vez fue.
El trabajo con
el cuerpo y la manera en la que dialoga con los elementos (vestuario y objetos)
y el espacio se opone a su edad y a lo que uno como espectador espera: es
energética, sube, baja, se sienta y arrastra en el piso, pelea, enseña. Hay un
llamado de atención constante en todo lo que hace. Quiere ser vista, incluso
cuando eso implica interrumpir y atravesarse sobre las escenas y textos del
resto de los actores.
Realiza cambios
de vestuario constantes. Utiliza ropa entallada, juvenil, vestidos cortos que
buscan más mostrar que ocultar. La escala cromática inicia en el blanco y
después se instala en colores vivos, naranjas, rosas. Y el elemento que termina
siendo protagonista de su vestimenta es su larga cabellera rubia que peina y
despeina a lo largo de todo el espectáculo.
Las manos
dibujan, da pasos que la trasladan de un lugar a otro y su gestualidad facial
pasa de la risa al asombro, haciendo un uso excesivo de la mirada.
Su voz es grave,
apoyando a la sensualidad del cuerpo, un tanto rasposa y siempre utilizada en
volúmen fuerte. La sonidos irrumpen con libertad, en forma de palabra o en
forma de sonidos (como es posible apreciar en la escena final de la obra en la
que rompe en gritos mientras manotea y patalea sobre la mesa).
Estrella aparece
en escena para seducir, ser contemplada y apropiarse de nuestra mirada. Se
expone frente al espectador mostrando su cuerpo tal cual es, con una gran
naturalidad y una fuerte carga de sensualidad. A pesar de que en ningun momento
se muestra completamente desnuda, todo su vestuario enseña, insinúa, o lleva la
atención hacia las zonas más sugerentes y las curvas de su cuerpo. Incluso
utiliza un postizo para remarcar la zona del vello púbico.
Rohrstock no
parece preocupada por su edad ni la apariencia de su cuerpo. Juega a tener
veinte años y así produce un juego entre imagen e imaginación. Memoria y
realidad. La relación entre juventud y vejez se plantea de una manera muy clara
en uno de sus monólogos, en el que narra el encuentro con una mujer joven cuya
imagen queda pegada en su solapa y la busca para devolvérsela.
Por otro lado, el
ver a una persona de su edad en una indumentaria juvenil no consigue enmascarar
al cuerpo, si no que al contrario, lo expone. Se convierte en un recordatorio
constante de que ese cuerpo ya no es joven. Al mismo tiempo también nos
recuerda que alguna vez lo fue y nos lleva a intentar reconstruir a una
Estrella de veinte años. Frente a todo
esto el espectador no puede dejar de mirarla.
Elijo para definir
la dinámica que la actriz establece con el espectador el siguiente fragmento de
Jean Baudrillard de su libro De la
seducción:
“La ley de la seducción es, ante
todo, la de un intercambio ritual ininterrumpido, la de un envite donde la
suerte nunca está echada, la del que seduce y la del que es seducido, en razón
de que la línea divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del
otro, es ilegible.”[2]
Establece una
relación ilegible, no solo entre el seducido y el seductor, si no también entre
juventud y vejez, belleza y fealdad, oponiéndose a lo esquemático del
estereotipo, exponiendo lo que se dicta que debe permanecer oculto.
En la relidad
actual, en la que las fronteras son cada vez más difusas entre la ficción y la
realidad del espectáculo, correponde no únicamente alimentar el arte de la
realidad, si no proponer nuevas maneras de vivir y conocer la realidad a través
del arte.
Para mí, el ser
un acontecimiento único, incompleto hasta el momento en el que se entabla la
relación cuerpo a cuerpo entre personas, hace del teatro el lugar perfecto para
cuestionar los modelos de belleza actuales. De ahí que destaque la actuación de
Estrella Rohrstcok en el espectáculo Nuestro
vademecum, ¿qué mejor lugar para dejar ver lo que ha permanecido oculto que
un espacio de encuentro de sentidos que ocurre en vivo?. El teatro es el sitio
en el que es posible transformar lo que se ve y convertirlo en cualquier cosa,
modificar nuestros parámetros estéticos, transformar el defecto en virtud y
hacerlo gritar.
Citando nuevamente a Ricardo Bartís: “Actuar significa atacar el concepto de
realidad, de verdad, de existencia”. [3]
Ataquemos entonces las casillas,
ampliemos la mirada hacia otros cuerpos posibles y transformemos un acto de
censura, como lo es “el ocultar”, en un arte de la seducción.
Bibliografìa:
BARTÍS, Ricardo, Cancha
con niebla. Teatro perdido: fragmentos, Ed. Atuel/Teatro, Buenos Aires,
2003.
LEHMANN, Hans-Thies, “Of post-dramatic body images”, en Body.con.text. The yearbook of ballet
international/tanz aktuell. Berlín, 1999.
BAUDRILLARD, Jean, De
la seducción, Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, 1981.
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