miércoles, 22 de mayo de 2013

Nuestro vademecum: la comedia de las magníficas ruinas


-Con este panorama tan desolador de la profesión, vos ¿por qué sos actor?
-Porque no creo que esta sea la única manera de vivir este trabajo… Y, además, porque soy bajito; si midiera diez centímetros más, quién sabe a qué me habría dedicado.
Entrevista a Ricardo Bartís en Cancha con Niebla

A lo largo de los años he escuchado distintas historias sobre el por qué una persona decide dedicarse a la actuación. Algunos inician sus relatos desde la infancia, tomando como punto de partida improvisaciones familiares o algún taller infantil de la escuela primaria, y otros los inician explicando la manera en la que su futuro como doctores o biólogos se vio violentamente interrumpido por el deseo de hacer teatro. También hay quienes responden con un silencio, una mirada, quienes en medio de risas confiesan preguntárselo ellos mismos constantemente y quienes tienen lista una frase ingeniosa que define su profesión y la relación que mantienen con ella.
            Más allá de la respuesta que cada actor tenga o no, alrededor de su figura siempre se construye la duda, el por qué. En medio de un mundo como el nuestro en el que somos bombardeados con representaciones de la belleza ligadas a la publicidad y el mercado, todo parece invitar a ocultarse. Escondemos el paso del tiempo (tiñendo canas, arruguas, usando ropa actual), el exceso o falta de grasa en lugares específicos, nuestras imperfecciones e incluso nuestros ideales y sentimientos. Todo está encausado a crear modelo únicos para encasillar a la población. ¿Por qué alguien decidiría, en un tiempo como éste, colcarse frente a una audiencia? El actor se expone, se coloca en la luz, busca las miradas. 
Ricardo Bartís, en la cita colocada como epígrafe al inicio de este texto, contesta a la pregunta justificándose a través de una cualidad física: es bajito. Y lo que llama la atención de su respuesta es que nos habla de una condición que es vista, en el parámetro occidental de belleza, como un defecto. ¿Por qué ser bajo de estatura llevaría a alguien a querer ser mirado por todos? Hans-Thies Lehman en “De imágenes corporales post-dramáticas” podría contestar a la pregunta con el siguiente extracto:

“(…) en el teatro, el cuerpo tiene un valor intrínseco. Como tal, es capaz de adquirir una particular y marcada presencia e intensidad y alcanzar su propio potencial de conciencia y elocuencia.”

El escenario se convierte en el espacio en el que el cuerpo puede re adquirir significados, recobrar su valor. El sitio en el que “ser bajito” se interpreta más allá de la lectura del defecto: “La actuación promueve de manera permanente una reflexión sobre el acontecimiento artificial de la existencia.”[1]

El grupo teatral Los delincuentes festeja sus veintisiete años con un espectáculo en el teatro La cochera. En Nuestro vademécum, Giovanni Quiroga, Galia Kohan, Bati Diebel y Estrella Rohrstock, dirigidos por Paco Giménez, relizan un recorrido a través de distintos momentos del proceso de creación de un espectáculo, transitando por textos de autores de la post dictadura argentina y por momentos de su propia historia.
            Al ser un recorrido a lo largo de veintisiete años de trayectoria es claro que la construcción del espectáculo partió de una selección y creación colectiva. Por la manera en la que los cuatro actores ejecutan las acciones se intuye que hay una puesta en común en los aspectos generales de cada escena, pero que no existe una partitura precisa que los delimite.
Si se intenta ubicar el espectáculo en un espacio, este sería el mismo teatro La cochera como sitio de ensayo y experimentación. Y es con esta premisa que los actores se desenvuelven en escena. Se presentan como ellos mismos utilizando sus nombres, y sin embargo, es posible dilucidar personajes dentro de la obra. La relación entre Giovanni, Galia, Bati y Estrella funciona al potencializar sus respectivas personalidades. La armonía se construye gracias a la gran cantidad de tonos y lenguajes actorales que manejan.  No llevan su ropa de calle, si no que portan sombreros y trajes especiales, de un alto contenido simbólico, que parecen haber salido de la bodega de vestuario de cualquier teatro. Los objetos que portan se ven envejecidos, no por un uso cotidiano, si no por pasar de obra en obra, de texto en texto.
Así, los cuerpos que vemos en escena no pertenecen al cotidiano, son cuerpos que al igual que sus ropas y objetos han pasado mucho tiempo en escena y se ven cargados de su historia. No buscan ocultar nada. Al contrario. Sus cuerpos se convierten en un elemento más de la puesta que apoya el discurrir del paso del tiempo. En ese contexto, las arrugas, el mayor o el menor peso, fortalece al resto de los elemento del espectáulo y apoya lo dicho con la palabra. Los delincuentes se personifican de Los delincuentes, actúan de sus propios personajes creados a lo largo de veintisiete años de trabajo en el escenario.

Si volviéramos a la pregunta inicial de la elección del oficio, podríamos encontrar en los momentos de cada uno de los personajes/actores su respectiva respuesta, y la que resultaría más cercana a la de Ricardo Bartís, en el sentido del “defecto corporal” como dador de sentido para el actor, sería la de Estrella Rohrstock, quien hace de la vejez y el cuerpo el tema de su discurso dentro del espectáculo.

Estrella, desde su primera entrada, aclara que busca destacar por encima del resto de sus compañeros de escena: un vestido blanco, el pelo recogido con elegancia, plumas, zapatos de tacón. Su cuerpo seductor y desbordante de energía ejecuta movimientos elegantes para acompañar sus textos.
Dentro del personaje colectivo parece jugar un papel de ruptura constante del resto de los acontecimientos que se van desarrollando. Es ella la que se equivoca, la que olvida el texto, la que interrumpe, la que lleva el atuendo más llamativo, la que opta por la exhibición, la que elige ser intempestiva en lugar de mantener la calma.  El resto de los actores, principalmente Galia Kohan y Bati Diebel, la controlan consantemente e incluso la miran y tratan mostrando cansancio y desdén. Estrella es “la niña” del personaje colectivo, la que parece no querer soltar lo que alguna vez fue.
El trabajo con el cuerpo y la manera en la que dialoga con los elementos (vestuario y objetos) y el espacio se opone a su edad y a lo que uno como espectador espera: es energética, sube, baja, se sienta y arrastra en el piso, pelea, enseña. Hay un llamado de atención constante en todo lo que hace. Quiere ser vista, incluso cuando eso implica interrumpir y atravesarse sobre las escenas y textos del resto de los actores.
Realiza cambios de vestuario constantes. Utiliza ropa entallada, juvenil, vestidos cortos que buscan más mostrar que ocultar. La escala cromática inicia en el blanco y después se instala en colores vivos, naranjas, rosas. Y el elemento que termina siendo protagonista de su vestimenta es su larga cabellera rubia que peina y despeina a lo largo de todo el espectáculo.
Las manos dibujan, da pasos que la trasladan de un lugar a otro y su gestualidad facial pasa de la risa al asombro, haciendo un uso excesivo de la mirada.
Su voz es grave, apoyando a la sensualidad del cuerpo, un tanto rasposa y siempre utilizada en volúmen fuerte. La sonidos irrumpen con libertad, en forma de palabra o en forma de sonidos (como es posible apreciar en la escena final de la obra en la que rompe en gritos mientras manotea y patalea sobre la mesa).

Estrella aparece en escena para seducir, ser contemplada y apropiarse de nuestra mirada. Se expone frente al espectador mostrando su cuerpo tal cual es, con una gran naturalidad y una fuerte carga de sensualidad. A pesar de que en ningun momento se muestra completamente desnuda, todo su vestuario enseña, insinúa, o lleva la atención hacia las zonas más sugerentes y las curvas de su cuerpo. Incluso utiliza un postizo para remarcar la zona del vello púbico. 
Rohrstock no parece preocupada por su edad ni la apariencia de su cuerpo. Juega a tener veinte años y así produce un juego entre imagen e imaginación. Memoria y realidad. La relación entre juventud y vejez se plantea de una manera muy clara en uno de sus monólogos, en el que narra el encuentro con una mujer joven cuya imagen queda pegada en su solapa y la busca para devolvérsela.
Por otro lado, el ver a una persona de su edad en una indumentaria juvenil no consigue enmascarar al cuerpo, si no que al contrario, lo expone. Se convierte en un recordatorio constante de que ese cuerpo ya no es joven. Al mismo tiempo también nos recuerda que alguna vez lo fue y nos lleva a intentar reconstruir a una Estrella de veinte años.  Frente a todo esto el espectador no puede dejar de mirarla.
Elijo para definir la dinámica que la actriz establece con el espectador el siguiente fragmento de Jean Baudrillard de su libro De la seducción:

“La ley de la seducción es, ante todo, la de un intercambio ritual ininterrumpido, la de un envite donde la suerte nunca está echada, la del que seduce y la del que es seducido, en razón de que la línea divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del otro, es ilegible.”[2]

Establece una relación ilegible, no solo entre el seducido y el seductor, si no también entre juventud y vejez, belleza y fealdad, oponiéndose a lo esquemático del estereotipo, exponiendo lo que se dicta que debe permanecer oculto. 

En la relidad actual, en la que las fronteras son cada vez más difusas entre la ficción y la realidad del espectáculo, correponde no únicamente alimentar el arte de la realidad, si no proponer nuevas maneras de vivir y conocer la realidad a través del arte.
Para mí, el ser un acontecimiento único, incompleto hasta el momento en el que se entabla la relación cuerpo a cuerpo entre personas, hace del teatro el lugar perfecto para cuestionar los modelos de belleza actuales. De ahí que destaque la actuación de Estrella Rohrstcok en el espectáculo Nuestro vademecum, ¿qué mejor lugar para dejar ver lo que ha permanecido oculto que un espacio de encuentro de sentidos que ocurre en vivo?. El teatro es el sitio en el que es posible transformar lo que se ve y convertirlo en cualquier cosa, modificar nuestros parámetros estéticos, transformar el defecto en virtud y hacerlo gritar.
 Citando nuevamente a Ricardo Bartís:  “Actuar significa atacar el concepto de realidad, de verdad, de existencia”. [3] Ataquemos entonces las casillas, ampliemos la mirada hacia otros cuerpos posibles y transformemos un acto de censura, como lo es “el ocultar”, en un arte de la seducción.









Bibliografìa:

BARTÍS, Ricardo, Cancha con niebla. Teatro perdido: fragmentos, Ed. Atuel/Teatro, Buenos Aires, 2003. 

LEHMANN, Hans-Thies, “Of post-dramatic body images”, en Body.con.text. The yearbook of ballet international/tanz aktuell. Berlín, 1999.

BAUDRILLARD, Jean, De la seducción, Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, 1981.





[1] Ver Bartís, Cancha con niebla. Teatro perdido: fragmentos, p. 33.
[2] Ver Baudrillard, De  la seducción.
[3] Ver Bartís, Cancha con niebla. Teatro perdido: fragmentos, p. 33.

No hay comentarios:

Publicar un comentario